El voluntarioso joven del Polo y el fagot.

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30.04.14 - 20:38- VICTORIA M. NIÑO | VALLADOLID elnortedecastilla.es
 
Hace tiempo Volkswagen publicitó uno de sus utilitarios con un joven que tocaba el fagot. El exotismo del instrumento, largo (1,56m), de reluciente madera armada con metal, sonido grave, debía conferir a su dueño un similar perfil que lo haría irresistible a cualquier mujer. El galán coronaba su estampa con un coche juvenil, pequeño y, sin embargo, de habitáculo idóneo tanto para la pareja como para el fagot. El protagonista pasaba la noche con la chica. Fernando Arminio tenía un fagot y un Polo, no ligó más y fue objeto de bromas durante mucho tiempo. Eso sí, comparte el eslogan: «mola tocar el fagot».
 

Su camino hacia el peculiar instrumento se remonta a los ocho años de este alcalaíno. En una clase de 45 niños, solo dos levantan la mano cuando las enviadas de Juventudes Musicales buscaban voces para un coro. Arminio sienta ahí las bases de su comportamiento: la de saltar gustoso a cualquier charco nuevo –a su lado no se conocen voluntarios forzosos– y la determinación musical, primero a ciegas, luego con empeño profesional. Evitó quebraderos de cabeza a sus mayores, dándoles la decisión tomada: siendo cantor primero y apuntándose en la Escuela de Música después. Allí comenzó con el bajo (flauta grave). Asiduo de los Conciertos del Real y del Teatro Monumental, buscaba con la mirada el fagot, «era el instrumento que más se parecía a lo que había tocado». A los 16 años sucumbió a su seducción y el progenitor, tras ver en fotos qué era aquello, tuvo que buscar un crédito blando para pagar las 120.000 pesetas de 1977 que costaba el artilugio. Por el fagot arrinconó la idea de ser psicólogo, «no me arrepiento, hay demasiada estadística», y la confianza de sus padres. Por el fagot se independizó y vendió órganos electrónicos mientras estudiaba en el Conservatorio de Madrid. «Los sábados era el día grande de ventas, de 10:00 a 22:00, la gente bajaba a por el pan y se compraba un órgano. Teníamos un método de plantillas que creaba el espejismo de que se podía aprender en el rato de la tienda. Al día siguiente volvían para quejarse porque no les salía».

El Fernando cantor siguió cantando en Schola Cantorum, la coral decana de Alcalá de Henares, que interviene en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes. «Recuerdo a Cela, a los sudamericanos, por esa solemnidad con la que hablan. Después en el Patio Trilingüe, cantábamos un poco y los escritores se acercaban a charlar. Con Carlos Fuentes hablamos bastante».

Nutritiva vergüenza

Los dos últimos cursos del Superior exigieron su dedicación completa y cuando ya agonizaba la cuenta corriente, terminó. «Salían algunos bolos, toqué en el Florida Park con Luis Cobos. Sacó un disco de zarzuela y le llamó Hermida para su programa matinal en la televisión. Allí fuimos a tocar en 'play-back', me moría de vergüenza, pero era una manera de sacar dinero». Después comenzó a hacer pruebas para orquestas en pleno 'boom' sinfónico español. Este fagotista vio una oportunidad en el contrafagot, el fagot más grave, y esa especialización le trajo a la Sinfónica de Castilla y León en 1991.

«El contrafagot entonces no se estudiaba en el Conservatorio. Conseguí que me enseñara el profesor de la orquesta de RTVE, en el Monumental. Allí me pasaba las mañanas, cuando me cansaba, bajaba al Prado».

Arminio descubrió pronto los placeres de una tierra que le sorprendió por el vino, –«en Madrid era muy malo»–, por las bodegas de Fuensaldaña, por la costumbre de salir cada tarde. Siguió levantando su voluntarioso brazo para representar a sus compañeros de la OSCyL, para organizar a los padres del colegio de sus hijos en Renedo, el último 'sí' que le tiene comprometido es la Escuela de Música de su pueblo. «Hemos conseguido homologarla como centro de estudios del grado elemental, solo que lo que en el Conservatorio se hace en cuatro años, nosotros lo hacemos en seis», dice el jefe de estudios que recuerda el comienzo de esta aventura casi como una broma hace siete años. «Fue en unas fiestas patronales, el alcalde nos animó a crear una banda. Le propusimos montar algo en serio, bien, una escuela en la que se formaran músicos y a la semana nos llamó y aquí estamos. Nuestra joya es el coro de niños, concursamos en León en breve, y la banda más amateur, los alumnos de primero». Canta también con los adultos, «un coro es la actividad musical en la que cualquiera puede pasarlo bien». Aquella broma le absorbe mucho tiempo. Da clase de solfeo a niños y mayores, «son peores los adultos, te hacen preguntas incómodas, lo bueno es que te obliga a buscar y replantearte cosas» y pasa los atardeceres haciendo adaptaciones para la banda del primer curso. «No hay material para un nivel tan bajo», (aviso para los escrutadores de ingresos: esto es impagable).

Su pasión extrasinfónica es la música antigua, desde 1998 toca en Dulce Memoria. «Lo que más me gusta es la sensación de acercarte a cómo tocaban entre el XVI y el XVII, intentar reproducir aquella sonoridad distinta, una afinación más grave –siempre acabo con la gravedad–», dice. «Es una música del corazón, o del alma, como se prefiera». En su casa duermen fagot, contrafagot, chirimía, fagot barroco, bajón. Compuso el 'Himno a Renedo', inspirándose en los dos 'picos' que sube con frecuencia su club de montañismo. «Pero soy un forastero en todos los sitios».

IMÁGEN

Sigue fiel a Volkswagen y al fagot, pero ambos en modelos más grandes. / NACHO CARRETERO
 
POR SI NUNCA HAS VISTO EL ANUNCIO DEL COCHE POLO Y DEL FAGOTISTA
 
 
 
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